domingo, 28 de diciembre de 2008

¿QUÉ VAMOS A HACER?

Lunes, 14 de Abril de 2008 El Hábitat del Unicornio

Hoy os voy a hablar de un macho.  Concretamente del macho de la mosca de la fruta.

Hace un tiempo leí un curioso experimento realizado por un grupo de científicos de la Universidad de Stanford. Por lo visto, las células de la mosca de la fruta se parecen bastante a las humanas.  Así que estos investigadores decidieron estudiar como funciona el cortejo en estos bichos para inferir algunas ideas sobre el ligue heterosexual en los seres humanos.
Lo que hicieron estos gamberros imitadores del profesor Bacterio fue alterar algunas células nerviosas relacionadas con el asunto. Y gracias a ello, consiguieron convertir a sus sujetos de estudio en moscas solitarias que no se comían un colín…
¿Por qué?
Pues porque después de que los investigadores se dedicaran a toquetear sus células, los bichos varones no eran capaces de dar una en la cuestión del cortejo. 
El problema principal era que intentaban hacer todos los pasos a la vez. No seguían el orden adecuado que, como sabrán todas las moscas que me leen, es el siguiente: golpear suavemente a la hembra, extender y hacer vibrar un ala, zumbar ruidosamente alrededor y, después, ya sí, copular.  En vez de hacer eso, nuestro macho iba directamente al asunto, lo que no pareció agradar a las hembras.

El excéntrico experimento demostró que, en esto del ligue, hay algo genético.  El cortejo tiene sus etapas y su ritmo. Saltárselo suele llevar al fracaso.
Pero, aparte de la biología, en esto de la seducción intervienen también factores culturales.  El ser humano es un poco más complejo que la mosca de la fruta, aunque en ocasiones no lo parezca.  Y cada cultura ha ideado una forma especial de envolver el ritual de acercamiento.
Esto se pone de manifiesto, sobre todo, cuando dos personas de culturas diferentes deciden iniciar negociaciones para ver cómo pueden disfrutar el uno del otro.  Una investigación realizada durante la Segunda Guerra Mundial plasmaba muy bien esta complejidad del ligue transcultural.  Durante esa época, hubo muchas parejas esporádicas formadas por soldados estadounidenses llegados a Inglaterra y mujeres inglesas.  Lo curioso de esos romances es que las chicas acababan siempre con la impresión de que los chicos iban demasiado rápido en el tema sexual…y ellos con la sensación de ellas iban lanzadas.
¿A qué se debía este malentendido?  Un investigador encontró la respuesta: las mujeres inglesas no concedían demasiada importancia a un beso.  Por eso, en cuanto un chaval les empezaba a gustar, le espetaban un cariñoso ósculo.  Lo cual era interpretado por los soldados como un ataque veloz porque en esa época, en Estados Unidos, un beso era algo que sólo se daba al cabo de mucho tiempo de relación.  Así que los chicos creían que el resto vendría detrás. Cosa que las mujeres inglesas consideraban inaudito: ellas besaban a muchos chicos, pero tenía que pasar mucho tiempo para que se acostaran con alguno.

Los malentendidos culturales nos recuerdan cuánto hay de aprendido en nuestra forma de cortejar.  La biología nos lleva, como a la mosca de la fruta, a la tendencia a tener algún tipo de ligoteo antes de meternos en la cama con alguien.  Y después la cultura nos marca cuál es el tipo de cortejo adecuado. No hay nada de espiritual en todo este asunto…
Y por eso quizás hoy en día todo esto sea un ejercicio inútil: ya no hay nada que ocultar.
Me alegro: nunca me gustó la seducción. Para mí es solo una excéntrica forma de abordar un tema hablando siempre de otra cosa. Es como si dos personas organizaran un viaje a París y, para planificarlo, tuvieran que hablar únicamente de China y Australia.
Y es que yo nunca he conseguido olvidar que un beso no deja de ser un mordisco pudoroso.
Soy así de bruto, que le vamos a hacer.


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